Se per caso non lo conoscete, ve lo raccomando: spassoso e intelligente.
Por si no lo conocéis, os lo recomiendo: divertido e inteligente.
Fu nel Castello di Warwick che incontrai quello strano forestiero di cui sto per parlarvi. Fui attratto da tre cose in lui: la sua candida semplicità, la sua meravigliosa conoscenza delle armature antiche e la sua riposante compagnia, dato che parlava solo lui.
Ci incontrammo nella coda del gruppo che visitava il castello, e lui cominciò subito a dire cose che destarono il mio interesse.
Mentre parlava in tono sommesso e piacevole, senza mai interrompersi, sembrava che si allontanasse pian piano da questo mondo e da questi tempi e si addentrasse in un'epoca remota e in un antico paese dimenticato, e a poco a poco mi avvolse in un'atmosfera così incantata che mi pareva di muovermi tra gli spettri e le ombre. Proprio come io potrei parlare dei miei più intimi amici o nemici, o dei vicini che conosco meglio, così lui parlava di ser Bedivere, ser Bors de Ganis, ser Lancillotto del Lago, ser Galahad, e tutti gli altri grandi nomi della Tavola Rotonda. Oh! come diventava vecchio, vecchio, indicibilmente vecchio, sbiadito, secco, polveroso e antico il suo aspetto a mano a mano che raccontava! Ad un certo punto si volse verso di me e disse, come se parlasse del tempo o di qualunque altra faccenda quotidiana:
- Lei ha sentito parlare della trasmigrazione delle anime, ma che cosa sa della trasposizione di epoche e di corpi?
Dissi che non ne sapevo niente. Ma a lui importava così poco proprio come quando si parla del tempo - che non si accorse se gli avevo risposto o no. Ci fu un mezzo istante di silenzio, subito interrotto dalla voce ronzante della guida stipendiata:
- Antico usbergo, datato al sesto secolo, epoca del re Artù e della Tavola Rotonda, ritenuto proprietà del cavaliere ser Sagramor il Desideroso. Osservino il foro circolare nella maglia metallica sul petto a sinistra. Non esistono spiegazioni: si suppone sia stato fatto da un proiettile dopo l'invenzione delle armi da fuoco, forse dai soldati di Cromwell.
Il mio compagno sorrise - non di un sorriso moderno, ma di uno che doveva esser caduto in disuso molti molti secoli prima - e mormorò apparentemente tra sé e sé:
- Noti bene, io l'ho visto fare -. Poi, dopo un pausa, aggiunse: - L'ho fatto io stesso.
Fue en el castillo de Warwick donde me topé con el extraño personaje de quien voy a hablar. Me llamó la atención por tres razones: su ingenua simpleza, su asombrosa familiaridad con las armaduras antiguas y el sosiego que ofrecía su compañía -pues era él quien llevaba toda la conversación-.
Como suele ocurrir con las personas modestas, nos quedamos a la cola del grupo que visitaba el lugar, y desde el primer momento me interesaron las cosas que decía.
Mientras hablaba, suave, agradable, fluidamente, parecía alejarse imperceptiblemente de nuestro mundo y nuestro tiempo y adentrarse en una era remota y un país olvidado, y de tal manera me fue hechizando con sus palabras que creí encontrarme entre los espectros y las sombras y el polvo y el moho de una gris antigüedad, ¡enfrascado en conversación con una de sus reliquias! Exactamente como hablaría yo de mis mejores amigos y de mis peores enemigos, o de los más conocidos entre mis vecinos, me hablaba él de sir Bedivere, sir Bors de Ganis, sir Lanzarote del Lago, sir Galahad y todos los otros caballeros famosos de la Mesa Redonda, ¡y qué viejo, qué indescriptiblemente viejo y ajado y seco y descolorido parecía a medida que seguía hablando! De repente, se volvió hacia mí para decirme con la naturalidad con que uno habla del tiempo o de cualquier otro asunto trivial:
-Ya habrá oído hablar de la transmigración de las almas, ¿pero sabe algo acerca de la transposición de épocas y cuerpos?
Contesté que no había oído hablar de ello. Prestaba tan poca atención como si en realidad estuviésemos hablando del tiempo, y no se dio cuenta de si le había respondido o no. Sobrevino un instante de silencio, inmediatamente interrumpido por la voz monótona del cicerone del castillo:
-Coraza antigua, del siglo vi, época del rey Arturo y la Mesa Redonda; se dice que perteneció al caballero Sagramor el Deseoso; obsérvese el agujero circular que atraviesa la cota de malla en la parte izquierda del pecho; resulta inexplicable; se presume que puede haber sido causada por una bala después de la aparición de las armas de fuego, quizá intencionadamente por soldados de Cromwell.
Mi acompañante sonrió, pero no con una sonrisa moderna, sino con una que debió pasar de moda hace muchos, muchos siglos, y murmuró, aparentemente dirigiéndose a sí mismo:
«A fe que vi cómo ocurrió.»
Luego, tras una pausa, añadió:
-Fui yo quien lo hizo.
A Connecticut Yankee in King Arthur's Court
RispondiEliminaUn americano alla corte di re Artù
Un yankee en la corte del Rey Arturo
Mark Twain, 1889