venerdì 4 maggio 2012

Nueve círculos. Cuarto círculo: Hambre

     Soplaba un viento que daba escalofríos. Elena saltó la barandilla y se quedó de pie por el lado equivocado del puente. Bajo el cielo oscuro se adivinaban las cumbres a lo lejos. Desde el bosque ululaban los búhos. Delante de ella, el vacío. Sabía que allí abajo el río estaba seco, había ido allí de día infinitas veces. Había visto como la gente se lo pasaba bien haciendo puenting, lanzándose hasta rozar el guijarral. Pero ella no tenía ninguna goma, de su vuelo no se volvía a subir.

     Un golpe de viento le infló el vestido y Elena se arrimó a la barandilla. Ahora que iba en serio tenía un miedo de muerte. Pocos minutos antes había aparcado su sedán en el buen sitio, decidida. Ahora tiritaba. ¿Por qué era tan difícil? De golpe revivió el camino que la había llevado hasta allí. Las deudas y la quiebra eran realidad. Las cuentas y la casa embargadas lo serían pronto. ¿Qué podía ofrecer a sus hijos? ¿Qué podía hacer su marido? Nada. Esa era la única solución. La nada. Ella era joven y sana, les tocaría casi un millón del seguro.
     Pasó al otro lado y volvió al coche. Arrancó y bajó las ventanillas. Quería disfrutar del silbido del viento en su último vuelo de ángel. Metió primera. Estaba a punto de soltar el embrague cuando oyó un chirrido de neumáticos. Un coche a toda velocidad entró en la última curva antes del puente, derrapó y destrozó la barrera. Se paró contra una peña más abajo. Todavía Elena no había tenido tiempo de reaccionar cuando un todoterreno se paró en seco en la curva. Salió el conductor y bajó hasta la peña. Luego un estruendo resonó en el valle. Entonces todo fue silencio. También los búhos se callaron.
     Elena estaba lúcida y alerta, todo propósito anterior había sido barrido por esa explosión. Mientras cruzaba el puente se quedó mirando el punto de la barandilla donde había estado hacía un momento, el punto exacto donde había elegido impactar. ¿Era melancolía eso? Cuando estuvo en la curva notó que el todoterreno tenía el morro abollado. A bordo no había nadie. Miró abajo hacia la peña. Le pareció adivinar una silueta tumbada al lado del coche. No se movía.
     Sólo le quedaba bajar. Agarrándose a los arbustos se deslizó hasta la explanada donde se encontraba el coche. Jadeaba. Ese en el suelo era un hombre, bocabajo. La puerta del coche estaba abierta y al volante vio otro hombre. Había sangre por doquier. Le vino una arcada. Consiguió aguantarse. Se acercó y miró mejor. Cerca del conductor vio una pistola. En el asiento del pasajero había un maletín abierto.
     Estaba lleno de billetes.
     Con el corazón desbocado Elena dio la vuelta alrededor del coche. Abrió la puerta del pasajero y se metió en el interior. Cerró el maletín.
     – A... yu...
     Elena se quedó helada y del susto se golpeó la cabeza contra el techo. El conductor se giró y le clavó la mirada. Tenía un rostro monstruoso. Cayó exánime. Elena cogió el maletín y se arrastró entre piedras y arbustos hasta su sedán. Mientras resoplaba en el arcén, un fragor descomunal explotó debajo de ella. Desde la peña se levantó una columna de llamas que iluminó la montaña. Trozos de chatarra cayeron sobre el asfalto tintinando. Presa del pánico Elena se metió en el coche y huyó.

     Cuatro años más tarde, en una noche de octubre como aquella, Elena volvió a cruzar sola la misma parte del valle. Pero estaba de otro humor. Con el medio millón del maletín había pagado las deudas, relanzado la empresa, abierto tres filiales y contratado dieciocho empleados. Una nueva vida, para ella y su familia. Claro que los quebraderos de cabeza no acababan nunca, como ese empleado suyo que no daba un palo al agua. Lo había despedido justo esa mañana, y sin indemnización. Pero se lo había buscado.
     Elena dobló una curva y el crepúsculo dibujó la silueta del puente y el abismo por debajo. Pensar en el panorama desde la barandilla la hacía sonreír por su estupidez. Se distrajo mirando el valle y el coche derrapó. Un pinchazo de miedo se le clavó en el estómago. En seguida enderezó el sedán. Era el mismo de aquel fatídico día. Lo sintió perder agarre, empujado por detrás. Mientras apretaba el volante desesperada ojeó el espejo. Un coche. Por un instante enfocó un rostro cargado de odio. Era el tío que había despedido.
     Un nuevo empujón le hizo chocar la cabeza contra el reposacabezas. El volante giraba enloquecido. La barandilla del puente explotó en el impacto, en el punto exacto que había elegido ella cuatro años antes. Mientras precipitaba Elena sólo pudo pensar en el millón del seguro. Pero esta vez no la consoló.
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NUEVE CÍRCULOS (pincha para leer)
IX círculo: Cero (desde el 8 de junio)
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