Francesco se dio la
vuelta en la cama aún caliente, incapaz de levantarse. Había soñado con la
pared empinada que los esperaba. Cuando notó el vació a su lado, se dio prisa y
bajó a la cocina. Los encontró delante de la ventana, observando el panorama.
Pegados. En cuanto oyeron sus pasos se separaron.
– Hola cariño, ¿has
dormido bien? – preguntó Simona.
– Hola Francesco –
dijo Roberto.
Francesco tenía un
nudo en la garganta.
– Cariño, te preparo
el café – y Simona salió.
– No te pases con el
café – dijo Roberto – en altitud da taquicardia. Verás que el airecito de
la mañana te espabila. Hay dos grados.
Francesco le miró
fijamente. – ¿Nieve?
– A lo mejor más
tarde.
– ¿Seguro?
– El guía soy yo,
¿no?
Francesco miró fuera
de la ventana de madera tosca, como el resto del refugio. Vio cumbres nevadas y
nubes deshilachadas en el cielo claro estriado de violeta.
– Aquí tienes el
café, cariño.
Francesco se lo bebió
despacio y en silencio. Sentados alrededor de la mesa, las miradas de los tres
se cruzaron con embarazo. ¿Estaban tensos? Roberto no, era un profesional. Tal
vez fuera por la bronca de la noche anterior: Francesco e Simona habían montado
un numerito de los buenos. Peor que de costumbre. El marido miró a la mujer por
encima de la taza. Simona bajó los ojos.
El nudo en la
garganta de Francesco se soltó. – Lo siento por lo de anoche.
Roberto intentó
sonreír. – Déjalo.
– No, en serio. – No
era verdad, pero no le costaba nada decirlo.
Simona no habló.
– Vamos – dijo
Roberto – intentemos salir pronto, nos espera un día largo.
En breve estuvieron
en la base de la pared. Era vertical e imposible. El viento helado cortaba el
aliento. Roberto preparó cuerdas, mosquetones y arneses para todos. Fue en la
cordada cuando empezaron los problemas.
– Roberto, estoy
bloqueada – dijo Simona.
– Venga que es fácil.
– No encuentro el
apoyo para el pie izquierdo. Tengo las manos heladas.
– No digas tonterías.
Bajo a echarte una mano. Francesco, dame cuerda.
Francesco estaba anclado
a la pared en una pequeña zona de descanso y miraba la escena desde arriba. De
golpe la cuerda se tensó. Roberto colgaba en el vacío.
– ¡Dios mío, Roberto!
– El eco de las palabras de Simona resonó en el valle.
– ¿Roberto? – gritó
Francesco.
– Se ha desmayado.
Una piedra en la cabeza...
– Intenta acercarlo a
la pared.
– No puedo, no
consigo moverme.
– Cálmate. Asegúrate
a la pared, voy yo.
Con sangre fría
Simona se enganchó a un clavo en la roca y tensó la cuerda para aguantar el
peso muerto de Roberto. Movido por el viento, el cuerpo ondeaba rozando las
rocas. – Ten cuidado – dijo.
Francesco bajó a la
altura de la mujer. En sus ojos vio el reflejo del miedo de ambos. Bajó más,
con la única seguridad de la cuerda de Simona, y alcanzó a Roberto. Lo llamó y
lo tocó, pero el guía no se movió.
– Un momento antes
estaba hablando y luego... no se – dijo Simona.
Francesco tendió un
brazo e intentó tocar a Roberto. No llegaba. Se estiró hacia el vacío, pegado a
la roca con la punta de los dedos de una mano. Consiguió empujarlo y lo hizo
oscilar adelante y atrás. Cuando estuvo cerca lo agarró. Los dos hombres
quedaron bloqueados de ese modo, abrazados y colgados de la mano de Francesco y
la cuerda de Simona. El viento aullaba de rabia.
Todo pasó en un
instante. Roberto abrió los ojos y se agarró a la roca. Francesco quedó
sorprendido, miró hacia arriba y en la mano de Simona vio un cuchillo de caza.
La cuerda de Francesco colgaba en el vacío.
– ¿Pero qué diablos
has hecho? – dijo Francesco.
Roberto estaba a
pocos centímetros. En la mano tenía un piolet. – Francesco, lo siento.
– Tuvo tiempo para imprimirse en la memoria la mirada de horror de
Francesco antes de romperle la mano de un picazo.
Sin abrir boca,
Francesco precipitó hacia el fondo del valle y desapareció.
El viento soplaba
implacable.
Simona descendió y
alcanzó a Roberto. – Venga, bajemos. Roberto, no te pongas así. También tú
sabes que ha sido un accidente.
– Un accidente. Sí.
– Hemos hablado de
ello mil veces. Son cosas que pasan.
– Sí.
– Merece la pena.
¿Sabes cuanto voy a cobrar del seguro?
– Tienes razón. Lo
vamos a pasar en grande juntos.
– ¿Juntos? – Simona
le clavó el cuchillo en el brazo. Roberto soltó el agarre y se llevó una
cuchillada en el cuello. Se aferró al brazo de Simona y quedó colgado. Ella no
se movió.
– He cortado tu
cuerda también. No me mires de esa manera. No me apetecía compartir el resto de
mis días con uno que me ha ayudado a matar a mi marido.
Las heridas dolían.
Roberto sintió que los dedos cedían. El agarre resbaló y con un grito Roberto
cayó en la nada. En el valle quedó el silencio.
Cuando todo se calmó, Simona arrojó los dos muñones de
cuerda y con la de repuesto bajó hasta la base de la pared. En la cara tenía
impresa la falsa mueca de dolor con la que comunicaría a la policía la horrible
desgracia.
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