venerdì 20 aprile 2012

Nueve círculos. Segundo círculo: Shibari

     – Entonces ¿quieres probar?
     – Sí
     – Acércame las muñecas – dice Piero. Yo estiro los brazos y de no sé donde él saca una sutil cuerda de yute y empieza a envolverla alrededor de mis huesos. Tiene los ojos clavados en los míos.
     – ¿Aquí, delante de todos?
     – Sí, guapa, delante de todos. – En un santiamén tengo las manos inmovilizadas. Las pálidas luces de neón parecen alienígenas. La música martillea rabiosa. Querría acabar mi daiquiri pero no consigo coger el vaso.
     – ¿Entiendes ahora? ¿Te imaginas la escena? Todavía quieres hacerlo?

     Piero está serio como su traje gris antracita. Nada de sonrisas. Yo no contesto. Una mano delicada y elegante coge mi vaso y lo acerca a mis labios.
     – Ten – dice Cristina. Yo bebo. Es ella quien decide cuando el sorbo es suficiente, no yo.
     – Sí. Quiero hacerlo. Todo – contesto.
     – Lo sabía – dice ella. Con su vestidito color ciruela Cristina me pone a cien.
     – Bien. – Piero está decidido. – Pues vámonos.
     Nos cepillamos las copas y salimos de ese hormiguero.
     – Antes llenamos el depósito – dice Cristina cuando estamos en el Audi de Piero, y se toca la punta de la nariz.
     – El shibari tiene sus reglas, no es una broma – contesta él.
     – ¿Qué te pasa, tienes miedo? El experto eres tú. Nuestro gurú.
     – Venga, ¿tienes algo bueno? – pregunto.
     – Una pasada – dice Cristina con su acento pijo.
     Las seis rayas de polvo blanco alineadas sobre el CD brillan bajo la luz de las farolas. Piero enrolla un billete de cien y nos las metemos por turnos. Luego arrancamos. Dejamos el parking en dirección a la periferia. El mundo fuera de la ventanilla es un torbellino de luces.
     – ¿Donde nos llevas, tesoro? – pregunta Cristina.
     – Ahora lo vas a ver.
     Piero se detiene e indica un almacén aislado. No hay ni un alma en la calle.
     – Allí? – digo yo. Estoy mareada.
     – En mi casa claro que no. Fiaos de mí, es un encanto de sitio.
     Bajamos y seguimos a Piero hasta una anónima puerta blindada. Él mira alrededor, abre y enciende las luces.
     – Por favor.
     Cristina y yo entramos, él viene detrás nuestro y cierra con llave. Atravesamos un pequeño vestíbulo y nos encontramos en un amplio salón decorado a la oriental: tatami en el suelo, paneles de papel de arroz, ideogramas en las paredes. Hace un calor infernal. Las luces bajas y la música chill out me hacen pensar en un Spa con aire Zen.
     – Quitaos los zapatos. Poneos cómodas.
     Nos desnudamos los tres. Sin decir más empezamos a tocarnos. Siento que ardo por dentro. Cristina jadea, Piero tiene mirada de rapaz. Acabo tumbada y desnuda, mientras él termina de atarme. Las luces de las velas dibujan sombras monstruosas. Me da un escalofrío.
     – Pero ¿estás seguro?
     – Fíate de mí. Cristina ya está lista.
     Me doy la vuelta y ella se me queda mirando lasciva: ya se lo ha hecho todo ella sola. Cuando acaba con mis nudos, Piero coge la cuerda que me rodea el cuello, la pasa encima de una viga en lo alto y luego la ata alrededor del cuello de Cristina.
     – Te ayudo a levantarte.
     Cristina y yo estamos en pie de puntillas, sólo la cuerda tensa nos mantiene derechas. Nos quedamos así un instante. Ella se deja caer y la cuerda me levanta. La garganta se me cierra y me duele de placer. Me siento morir. Luego con extrema lentitud ella empuja con los pies y la cuerda se afloja, yo vuelvo abajo y sube ella. En su rostro se despliega una mueca de placer igual al mío. Yo empujo con las puntas, la cuerda me levanta y el placer rebota en mí. Siento un calor húmedo que me baja entre los muslos. Es maravilloso.
     Me parece ver una mujer que entra y se lleva a Piero. Vuelve una nueva descarga de goce. Ahora Cristina y yo estamos solas. Es un juego íntimo y perfecto. Ella está cautivada, en éxtasis. A cada oscilación la garganta se estrecha más, yo gozo más. Se me nubla la vista. Un hormigueo me baja de la nuca a los talones. Siento el orgasmo más y más cerca. Cada vez que subo allí arriba todo se vuelve negro en un instante de placer absoluto. Luego le toca a ella.
     Pero empieza a doler. La cuerda a cada tirón me machaca las vértebras, como si quisiera arrancarme la cabeza. Ya no siento las piernas. El placer se hace dolor. Quiero parar. Intento empujar con los pies pero no responden. Cristina tiene la boca de par en par y gime de goce. Quiero parar. Intento gritar pero me falta el aliento. A cada sacudida llega la oscuridad. Quiero parar. Luego me derrumbo.

     Cuando abro los ojos los neones me ciegan. Estoy tendida, todavía atada, desnuda y congelada. Igual me he desmayado. Levanto los ojos y me horrorizo: es Piero que está apurado con Cristina. Ella todavía está arriba, tiene los ojos vidriosos y la lengua fuera. Con una navaja él intenta cortar la cuerda, pero para Cristina es demasiado tarde. Con mi peso la he ahorcado.

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NUEVE CÍRCULOS (pincha para leer)
IX círculo: Cero (desde el 8 de junio)
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